Estemos de acuerdo en algo, soy hombre, animal como nos definen muchas mujeres, y tengo mis necesidades, entre ellas las de satisfacer mis deseos y las de alimentar mi ego, también tengo buen gusto de lo contrario no me hubiera fijado en ella, y para rayar en la honestidad mas recalcitrante era un ser humano joven con ganas y con fuerza, ¿Quién podría reprocharme lo que sentía y quería en ese momento? Pero no me malinterpreten y crean que todo esto se queda en lo meramente físico, va mas allá, ¿ya nombré mi ego?, pues bien ese ego que me impulsa a ser el mejor, a competir, a perseguir a la presa y cazarla por ser difícil lograrlo, ese mismo ego me alimentaba las ilusas ideas de hacer que ella, la de esos profundos y feroces ojos azules se fijara en mi, pero también aclaremos, no estoy hablando del amor para siempre de los cuentos de hada, porque no estuve nunca enamorado de ella, simplemente sentí como humano que era y que soy. Quizás me tachen de cínico, anti romántico y hasta de egocentrista, de todas las anteriores solo acepto el calificativo de egocentrista. Lo cierto es que nadie puede decirme que cuando se han fijado en alguien lo han hecho queriendo a conciencia que sea para siempre, quienes lo han logrado se les ha ido la vida en el intento y por eso ha sido para siempre, claro ya no tienen otra oportunidad, ya están muertos.
Lo cierto es que mientras las ideas se agolpaban en mi mente y ponían mas distancia entre el sueño y mis ojos, que ya estaban cansados, escuche unas gotas golpear con mayor fuerza, y escuche varias veces lo mismo, hasta que comprendí que no era la lluvia. Alguien llamaba a mi puerta, lo que me dejo algo desconcertado en un principio. Me levante y fui hasta la puerta y la abrí con cuidado previo encendido de la luz de la mesita de noche. No se pueden imaginar el asombro y la sorpresa que me invadió en el mismo instante que mis pardos ojos y los azules de ellos se cruzaron. Si, era ella, la que nunca se digno a verme como su igual, la que con arrogancia dejaba escapar sus escasas palabras hacia mí para lo absolutamente indispensable. Si, era ella. Me miro con una mirada que nunca había visto en ella. Sus profundos ojos azules estaban anegados de lágrimas contenidas. Pregunto con un tono neutro si estaba bien y si me había despertado. Se disculpo por molestarme, sus palabras me gritaban en un silencio de agonía que no tenía ni fuerza ni arrogancia. Se delataba en sus herméticas e infranqueables facciones un dejo de hondo dolor casi conmovedor. Quise abrazarla, sentirla entre mis brazos, pero no con mis primeras intenciones, sino con el deseo de consolar al niño que se levanta asustado en medio de la noche por una pesadilla. ¡Que ironía! Precisamente eso era lo que ella estaba viviendo: una pesadilla pero con los ojos abiertos. No la abrace, me limité a mirarla esperando que me dijera algo. Se humedeció los labios con la punta de la lengua y suspiro hondo y prolongado. En otro momento hubiese despertado la fiera que vive bajo mi piel. La tormenta arreciaba más y los truenos retumbaban en las paredes de forma ensordecedora. Sin embargo, yo escuchaba claramente el sollozo apagado. Sus mejillas estaban rojas y parecían arder como las llamas en una chimenea en esos inviernos que azotan París y la hacían escapar de su mundo. Una lágrima se desbordo y recorrió su cara. Sentí que fue una eternidad ese minuto en que ella se llenó de aplomo y dijo: “Ha muerto”. Bajo la cabeza y se disculpó por molestarme para decirme eso pero la Doña le pidió que me avisara en cuanto muriese, se dio la espalda y se marchó.
Ella sabía que iba a morir. Por eso la cena, la invitación, las 2 horas de charlar sobre leyes. Por eso las preguntas de sí me gustaría tener una relación profesional con su nieta ya que ella no estaba disponible para esos menesteres. ¡Que sabiduría habita en las arrugas y en las canas! ¡Cuanta sabiduría vive en los recuerdos y en las memorias! Que sensible se vuelve el ser humano a la muerte cuando se le llena de años extras la vida. Pero que poco tacto tuvo conmigo. ¿Acaso se le habrá olvidado que yo era un hombre, y joven para completar, que por naturaleza lo que causa emociones generalmente nos acobarda? La tormenta había cesado. Por la rendija de la ventana entraba la tenue luz de la luna que había salido. Veía las siluetas de tantas cosas conocidas. Y sentí como la muerte pasaba frente a mi con su impasible caminar y su certeza de triunfo. Fue como si me dijera que no me preocupara, que mi día llegaría y vendría por mí. Me quede paralizado, mis músculos no reaccionaban. La luz de la luna dio de lleno sobre la mesita en la que había sido envuelta el ave y vi el reflejo del crucifijo sobre el mantelito blanco de tejido francés, sentí un vacío en el estomago y un sudor frío cubrió todo mi cuerpo. Recordé claramente, en fracción de segundos, aquel día en que la vi ahí. Ella, la de ojos azules, se había preparado para esta situación, había sido un anuncio, un presagio. Imaginé el cuerpo inerte de la Doña cubierto con una sabana blanca y a la nieta sentada a su lado elevando una plegaria para el perdón de sus pecados y la salvación de su alma. Desvié la mirada de aquella mesa, de aquel crucifijo y de aquel mantel. Con paso torpe entré a la habitación, cerré la puerta, me acosté sobre la cama y fijé mis ojos en el techo que era el piso de la segunda planta, donde seguramente yacería el cuerpo de la Doña que me vio como su igual, que me sirvió de cordón umbilical con mis antepasados. Inerte, ya estaría ella con ellos al igual como algún día yo lo estaré. Deje a mi mente divagar hasta la salida del sol, y como un autómata me vestí, di los buenos días y avise que regresaría para el funeral.
No puedo imaginar lo desagradable que resulto todo esto. Pase días que me costaba conciliar el sueño, otros en que sentía que tocaban mi puerta y el sudor frío otra vez en mi cuerpo, y en las peores ocasiones vivía nuevamente todo en sueños… pesadillas. Si, ya sé que no era familia mía, que quizás peco de exagerado, pero era mi único nexo al pasado, a ese pasado que no conocí, además, sincerándonos, ¿A quién le gustaría que en medio de la noche y en medio de una tormenta le digan que alguien ha muerto, y de paso esta en la parte superior de donde se supone que duermes?
Han pasado muchísimos años desde aquella noche. Ya superé ese encuentro con la muerte en la estancia vacía, creo que hasta hemos hecho una tregua. Ya supere la atracción que sentía por la de los ojos azules profundos que me enseñó que en los momentos mas inesperados las mascaras caen, los corazones se desnudan y las almas se revelan. Ahora me atrae mucho más otra de ojos profundos pero pardos: Mi hija. De ella quizás les hable después. Y la de los ojos azules se fue, finiquitó todos los trámites legales y desapareció Seguramente ahora tiritará con el frío de los inviernos parisinos, en su mundo chic, en su mundo de iguales.
FIN