sábado, 22 de noviembre de 2008

Se acabó (c'est finí)


Si creías que tu cruel adiós
Destruiría mi mundo y mi corazón,
Te anuncio que no fue así,
Es cierto yo fui quien amó más entre los dos,
Pero también mantuve siempre alerta a la razón,
Porque mi alma siempre fue solo para mí.

Nunca lograste llegar a ese lugar,
Nunca invadiste ni te apropiaste de mi esencia.


A pesar del amor casi infinito que te profese
No llegaste a ser imprescindible en mi mundo,
Ni siquiera robaste la luz de mis ojos con tu presencia,
Presentí que no valorabas mi amor muchas veces
Aunque seguía dejando huellas en ese rumbo,
Creo que fui matando poco a poco ese sentimiento,
O ¿fuiste tu quien lo asesino?
Creo que todo pasó con ayuda de los dos.
Ya nada es como ayer,


Ya es tarde para remediar
Algo que ya no tiene solución.
Si creías que tu adiós era una primicia,
Déjame decirte que para mi ya era vieja noticia,
Sabía que algún día serias tú quien daría el paso,
Esperaba que fuera así,
Quería que fueses tu quien dijera que se acabó,
Sabía que si tú hablabas no habría más que decir,
No habría discusiones ni reclamos,
No habría preguntas a las que ya le habíamos dado respuesta,
Seria solo una muy bien aceptada propuesta.


Ya nuestros mundos están demasiado lejos,
Tus sueños y los míos van por diferentes caminos,
Tus deseos y los míos ya para el otro son ajenos,
Ya perdimos todo aquello que nos unía.
¿De quién fue la culpa?
Ya no importa de quien haya sido,
Lo cierto es que yo me he trazado otra ruta,
Ya mi corazón solo se deja llevar por su propio latido,
Mi alma escapa cada vez que duermo,
Mi mente escapa cada vez que sueño,
Ese privado mundo que es solo para mí
Tú no lo conoces,
Ni es permitido ya para ti,
Ya no somos dos y lo sabes,
Hemos tardado en enterrar
El cadáver de lo que fue nuestro amor,
Tú sabes que ya murió,
Tú sabes que no hay nada más entre nosotros
Que éste adiós.

jueves, 20 de noviembre de 2008

El adios


Sin dudar dejo caer las palabras en los sordos oídos
del que ausente de sí escucha,
quiso penetrar en ese corazón
que ya vagamente sabía de su existir,
contuvo la lágrima que finalmente caería,
y comprendió, desdichada, que aquel ser que amaba,
ahora era solo... un alma que al cielo subía.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Una historia de azul profundo (IV y última parte)


Estemos de acuerdo en algo, soy hombre, animal como nos definen muchas mujeres, y tengo mis necesidades, entre ellas las de satisfacer mis deseos y las de alimentar mi ego, también tengo buen gusto de lo contrario no me hubiera fijado en ella, y para rayar en la honestidad mas recalcitrante era un ser humano joven con ganas y con fuerza, ¿Quién podría reprocharme lo que sentía y quería en ese momento? Pero no me malinterpreten y crean que todo esto se queda en lo meramente físico, va mas allá, ¿ya nombré mi ego?, pues bien ese ego que me impulsa a ser el mejor, a competir, a perseguir a la presa y cazarla por ser difícil lograrlo, ese mismo ego me alimentaba las ilusas ideas de hacer que ella, la de esos profundos y feroces ojos azules se fijara en mi, pero también aclaremos, no estoy hablando del amor para siempre de los cuentos de hada, porque no estuve nunca enamorado de ella, simplemente sentí como humano que era y que soy. Quizás me tachen de cínico, anti romántico y hasta de egocentrista, de todas las anteriores solo acepto el calificativo de egocentrista. Lo cierto es que nadie puede decirme que cuando se han fijado en alguien lo han hecho queriendo a conciencia que sea para siempre, quienes lo han logrado se les ha ido la vida en el intento y por eso ha sido para siempre, claro ya no tienen otra oportunidad, ya están muertos.


Lo cierto es que mientras las ideas se agolpaban en mi mente y ponían mas distancia entre el sueño y mis ojos, que ya estaban cansados, escuche unas gotas golpear con mayor fuerza, y escuche varias veces lo mismo, hasta que comprendí que no era la lluvia. Alguien llamaba a mi puerta, lo que me dejo algo desconcertado en un principio. Me levante y fui hasta la puerta y la abrí con cuidado previo encendido de la luz de la mesita de noche. No se pueden imaginar el asombro y la sorpresa que me invadió en el mismo instante que mis pardos ojos y los azules de ellos se cruzaron. Si, era ella, la que nunca se digno a verme como su igual, la que con arrogancia dejaba escapar sus escasas palabras hacia mí para lo absolutamente indispensable. Si, era ella. Me miro con una mirada que nunca había visto en ella. Sus profundos ojos azules estaban anegados de lágrimas contenidas. Pregunto con un tono neutro si estaba bien y si me había despertado. Se disculpo por molestarme, sus palabras me gritaban en un silencio de agonía que no tenía ni fuerza ni arrogancia. Se delataba en sus herméticas e infranqueables facciones un dejo de hondo dolor casi conmovedor. Quise abrazarla, sentirla entre mis brazos, pero no con mis primeras intenciones, sino con el deseo de consolar al niño que se levanta asustado en medio de la noche por una pesadilla. ¡Que ironía! Precisamente eso era lo que ella estaba viviendo: una pesadilla pero con los ojos abiertos. No la abrace, me limité a mirarla esperando que me dijera algo. Se humedeció los labios con la punta de la lengua y suspiro hondo y prolongado. En otro momento hubiese despertado la fiera que vive bajo mi piel. La tormenta arreciaba más y los truenos retumbaban en las paredes de forma ensordecedora. Sin embargo, yo escuchaba claramente el sollozo apagado. Sus mejillas estaban rojas y parecían arder como las llamas en una chimenea en esos inviernos que azotan París y la hacían escapar de su mundo. Una lágrima se desbordo y recorrió su cara. Sentí que fue una eternidad ese minuto en que ella se llenó de aplomo y dijo: “Ha muerto”. Bajo la cabeza y se disculpó por molestarme para decirme eso pero la Doña le pidió que me avisara en cuanto muriese, se dio la espalda y se marchó.


Ella sabía que iba a morir. Por eso la cena, la invitación, las 2 horas de charlar sobre leyes. Por eso las preguntas de sí me gustaría tener una relación profesional con su nieta ya que ella no estaba disponible para esos menesteres. ¡Que sabiduría habita en las arrugas y en las canas! ¡Cuanta sabiduría vive en los recuerdos y en las memorias! Que sensible se vuelve el ser humano a la muerte cuando se le llena de años extras la vida. Pero que poco tacto tuvo conmigo. ¿Acaso se le habrá olvidado que yo era un hombre, y joven para completar, que por naturaleza lo que causa emociones generalmente nos acobarda? La tormenta había cesado. Por la rendija de la ventana entraba la tenue luz de la luna que había salido. Veía las siluetas de tantas cosas conocidas. Y sentí como la muerte pasaba frente a mi con su impasible caminar y su certeza de triunfo. Fue como si me dijera que no me preocupara, que mi día llegaría y vendría por mí. Me quede paralizado, mis músculos no reaccionaban. La luz de la luna dio de lleno sobre la mesita en la que había sido envuelta el ave y vi el reflejo del crucifijo sobre el mantelito blanco de tejido francés, sentí un vacío en el estomago y un sudor frío cubrió todo mi cuerpo. Recordé claramente, en fracción de segundos, aquel día en que la vi ahí. Ella, la de ojos azules, se había preparado para esta situación, había sido un anuncio, un presagio. Imaginé el cuerpo inerte de la Doña cubierto con una sabana blanca y a la nieta sentada a su lado elevando una plegaria para el perdón de sus pecados y la salvación de su alma. Desvié la mirada de aquella mesa, de aquel crucifijo y de aquel mantel. Con paso torpe entré a la habitación, cerré la puerta, me acosté sobre la cama y fijé mis ojos en el techo que era el piso de la segunda planta, donde seguramente yacería el cuerpo de la Doña que me vio como su igual, que me sirvió de cordón umbilical con mis antepasados. Inerte, ya estaría ella con ellos al igual como algún día yo lo estaré. Deje a mi mente divagar hasta la salida del sol, y como un autómata me vestí, di los buenos días y avise que regresaría para el funeral.


No puedo imaginar lo desagradable que resulto todo esto. Pase días que me costaba conciliar el sueño, otros en que sentía que tocaban mi puerta y el sudor frío otra vez en mi cuerpo, y en las peores ocasiones vivía nuevamente todo en sueños… pesadillas. Si, ya sé que no era familia mía, que quizás peco de exagerado, pero era mi único nexo al pasado, a ese pasado que no conocí, además, sincerándonos, ¿A quién le gustaría que en medio de la noche y en medio de una tormenta le digan que alguien ha muerto, y de paso esta en la parte superior de donde se supone que duermes?


Han pasado muchísimos años desde aquella noche. Ya superé ese encuentro con la muerte en la estancia vacía, creo que hasta hemos hecho una tregua. Ya supere la atracción que sentía por la de los ojos azules profundos que me enseñó que en los momentos mas inesperados las mascaras caen, los corazones se desnudan y las almas se revelan. Ahora me atrae mucho más otra de ojos profundos pero pardos: Mi hija. De ella quizás les hable después. Y la de los ojos azules se fue, finiquitó todos los trámites legales y desapareció Seguramente ahora tiritará con el frío de los inviernos parisinos, en su mundo chic, en su mundo de iguales.


FIN

lunes, 17 de noviembre de 2008

Pensamiento del Día

"Las gotas de lluvia son las miles de lágrimas derramadas por antiguos amores que no han encotrado consuelo en la eternidad, ni siquiera teniendo a Dios como refugio ." A33

Una historia de azul profundo (III parte)


Pasaron varios días antes de que la volviera a ver, para ser mas exacto fue el domingo en la plaza, a donde solía ir con la abuela en las tarde luego de la misa matutina. La doña me vio y se dirigió a mi encuentro, me saludo y dijo que extrañaba mis flores. Yo sé que era solo una excusa para ella también, vivía sola y había encontrado en mí a un buen oyente, a un buen compañero de diálogos y un competente mensajero de las noticias que daban la vuelta al mundo. Para que no les quepa duda, soy hijo del siglo XX y adicto a los vicios tecnológicos del sigo XXI, pero me encanta montarme en esa maquina del tiempo que llaman autobús y retroceder en él hasta la época de mis abuelos y sentirlos a través de esa señora que dejaba escapar historias vívidas de su anciana boca. Sé que soy de las únicas personas que ve en casa, a parte de su nieta y la servidumbre que la acompañan, los últimos tienen tanta o más edad que ella como para aventurarse a una nueva vida que no les dará tiempo para que se acostumbren, así que optaron por quedarse atrapados en el pasado junto con la Doña. Su nieta no reparó su mirada en mí, me sentí profundamente aliviado por eso, aunque a conciencia sé que me vio un par de veces por el rabillo del ojo, hasta que su abuela le pidió que mostrara sus modales. Con una reverencia de cabeza y una ligera sonrisa que me pareció forzada se limitó a saludarme.


Ya tenía como 3 años luchando con mis hormonas, mi moral y mi ego. Ya esta claro que me atraía, quizás un poco más que atraer. Sabemos que aquello que se nos hace difícil nos atrae más aunque sea igual a lo que tenemos fácil. Mi moral se plegaba incondicionalmente a la Doña y al respeto que por generaciones se había mantenido entre mi familia y la de ella. Pero mi ego, ese ego masculino que acompaña a mi sexo desde la época de las cavernas, me incitaba a ir mas allá, a querer mas de lo que, claro esta, no había tenido: un par de palabras y unas cuantas reverencias corteses. Pero las ocasiones siempre se presentan, y ese día llegó. El porque hago referencia a lo del ave, al encuentro en la plaza tiene una razón: se que en esas dos ocasiones específicamente ella tuvo conciencia de mi existencia; ella supo que el único hombre respetable en kilómetros a la redonda, según las palabras de su abuela, era yo. También las traigo a colación porque en esos dos momento comprendí 3 cosas que por el resto de mi vida me acompañaran y seguramente me harán recordarla en mi lecho de muerte: a pesar de las diferencias humanas todos enfrentamos el dolor de igual manera con diferentes reacciones, el tiempo y las oportunidades siempre te dan opciones para que definas tu vida y que la muerte es solo un estado de reposos eterno que te da inmortalidad.


Esa noche, a pesar de que la luna que se lucía en lo alto, los nubarrones de tormenta anunciaban horas largas de lluvia. Recuerdo que me quede en la gran casona por petición explicita de la Doña. Esa noche había tenido una cena, cosa especialmente rara en esa casa a donde nadie iba, y por querer pasar un rato más en compañía, luego de despedir a la visita, me pidió que me quedara para evitar que me mojara antes de llegar a mi casa. Pensé que la ocasión estaba dada, pero antes de que pudiera terminar de regocijarme ante las posibilidades abiertas, ella, la de los ojos azules se había escapado de la obligada copa de vino en el salón principal donde días atrás ella fue oficiadota de un funeral y donde los rostros aburridos de los cuadros parecían especialmente sombríos en sus gruesos marcos de madera maciza, como si estuvieran a la espera de algún suceso inesperado. Tras la partida de los visitantes y de una amena pero extraña conversación sobre legislación mercantil y detalles sobre sucesiones y herencias, me ofrecieron una de las habitaciones cercanas al salón, me despedí cortésmente, y la Doña me dijo que siempre agradecería la ayuda y la compañía que había sido para ella.Confieso que no podía conciliar el sueño, pensaba en lo diferente que hubiese pasado esa noche si ella fuera diferente y si se hubiese quedado con nosotros a charlar. Hoy soy conciente de que si ella hubiese sido diferente, como llegue a desear en esa cama solo y con una tormenta latente afuera, hoy no tendría una historia, no habría aprendido algo de ella. La tormenta se desató y escuchaba el crujido de las ramas, el silbido del viento a través de las hojas y las gruesas gotas de lluvia que golpeando los cristales de la ventana. El aire frío se colaba por las rendijas de los marcos de madera y parecía que hacia una fiesta dentro de la casa levantando cortinas y manteles. Me pareció eterno, y el sueño no llegaba a mí. Daba vueltas, tratando de apartar de mi mente todas las locas ideas que me cruzaban.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Sobre el arte de vivir I (Introductorio)


A veces cuesta mantener una acción constante hacia los objetivos (sean estudios, trabajos, relaciones de parejas), en fin, el hombre por naturaleza tiene una constante manía de buscar y crear obstáculos para luego excusarse con un sin fin de razones más elaboradas aún, si es que no ha conseguido algún escudo humano antes. Somos atacados de manera constante por diversos fantasmas que nos hacen detener la marcha hacia horizontes deseados y lejanos.


Lo cierto es que desde que somos concebidos se nos va inculcando y plantando en el subconsciente lo difícil que es vivir, los miles de problemas que día a día enfrentaremos, los muchos vicios que intoxican y envenenan a la sociedad, sin contar los elementos creados por diversas ciencias: microbios y gérmenes, radiación nuclear y solar, mutaciones, alimentos transigénicos; y aquí no termina todo, nos encontramos con: paranoia y ezquizofrenia, karmas de vidas pasadas, deudas pendientes con el creador, estigmas sociales de antiguas generaciones, discriminación por color, credo raza, e inclinación sexual. ¿Creen que es todo? NO! continuamos y nos encontramos con: escasez del flujo económico particular, no ser familia de alguien importante o con dinero, no tener quien nos sirva como ayuda para remontar la escala laboral que se aspira, la obligación de acceder al sistema educativo, tener una profesión, la priorización de la procreación vital e ineludible, búsqueda y selección de la pareja ideal, las ceremonias y reuniones sociales perfectas, el consumismo, la oferta y la demanda, el voto secreto que todo el mundo conoce, la libertad de expresión que ya nadie escucha.


¿Creen que es mucho? esto solo es la punta del iceberg de todas las complicaciones a las que el hombre se ve sometido desde antes de nacer, ya que estando en el vientre materno escuchamos todo, nos vamos enterando de como serán las cosas. Por eso no es raro cuando se dan partos prematuros, obvio, entre el stress de la madre y el de la criatura el espacio ocupado por el bebe no soporta un sentimiento más de este tipo y cede a la ley de gravedad; o también es entendible cuando hay partos que se "pasan" de la fecha, con tantos malos augurios anunciados quien quiere salir de esa burbuja donde todo te rodea pero nada te toca. Hasta la próxima

Una historia de azul profundo (II parte)


Pero volviendo a ese día en particular, ya han pasado tantos años y aun lo recuerdo, ella posó sus dedos sobre el ave inerte, le frotaba el pecho, creo que pensaba que lo podía revivir, sabia de buena fuente que lo había rescatado de una muerte segura de las fauces de Duque, el gato de la Doña, y que le había hecho nido en una jaula cercana a la ventana del salón principal. A estas alturas ya habrán entendido que lo de las flores era una vulgar excusa para ir. La servidumbre comentaba que desde que el ave llegó a sus manos había cambiado un poco de actitud, que era una de las pocas veces que ella se veía feliz de estar allí. Su alegría en la casona familiar se le escapó de los labios y del corazón cuando, mucho antes de que azotara el frío invierno en Paris, volvió a la casa y duro casi 6 meses. Sus padres habían muerto en un accidente aéreo, del cual nunca se tuvo una explicación. Su padre, un alto dirigente político de renombre, conocido sobre todo por ser opositor contundente del gobierno y sus relaciones con otras naciones lejanas del hemisferio norte; su madre, de una belleza aplastante, el adorno perfecto para tan prestigioso político y madre perfecta para la creación de una delicia de criatura. En semejante marco la chica, que para aquel entonces tenia 14 años, se cobijó bajo la imponencia de la casa de su abuela y la anonimidad de un pueblo inexistente para el resto del mundo. Lo cierto es que el ave nunca volvió a la vida. Ella insistía en volverlo a la vida presionando sobre el pecho ya frío y rígido.


Dicen que a raíz de la muerte del padre, su abuela se volvió extremadamente sobreprotectora al punto que la sofocaba con los cuidados y las vigilancias, de no haber sido porque estudiaba en un internado y regresaba solo cada 9 meses seguramente hubiese enloquecido. Tomó al ave y en el mismo mantelito de tejido francés envolvió a quien fue dueño absoluto de su atención por un corto tiempo. No se supongan que soy de esos locos que pierden la cabeza y el corazón por una mujer y nunca lo superan. Yo ya lo superé. Pero lo que les relato tiene una razón de ser, y verán que ella, yo, la casona, la abuela y el ave muerta somos todos en algún momento. Pero mejor continuo con mi relato, no nos adelantemos a los acontecimientos.


Mientras la veía envolver al ave, un frío indescriptible recorrió mi espalda. Lo hacia con una delicadeza exagerada como si no quisiera dañar las plumas o romper algún diminuto hueso. Coloco nuevamente el mantelito blanco que ahora era una especie de ataúd improvisado y casi faraónico, por lo de las momificaciones egipcias, sobre la mesita y tomo un crucifijo en sus manos, y cerrando los ojos empezó a murmurar en un tono inaudible a mis oídos, pero seguro tan fuerte para ser oido por Dios. Fue cuestión de minutos, dejo de murmurar y dirigió hacia la ventana, y obviamente sobre mi, sus profundos ojos azules que fulminaron como una centella el rictus de asombro que tenía en la cara. Me sobresalté, y como el niño pillado en una travesura, salí corriendo hacia la puerta trasera que daba a la cocina. Corrí hasta que sentí que me faltaba el aire y la puerta estaba abierta de par en par ante mí. Me serene, sacudí el polvo de mis pantalones arregle el cuello y los puños de la camisa, en ese preciso instante recordé las flores que se me habían caído, ya era tarde para volver a buscarlas no quería que eso ojos azules me desnudaran con su irreverencia y arrogancia. Y debo confesar, con toda la humildad que amerita el caso, más de una noche se me fueron las horas pensando en ellos.


Entre en la cocina, que supuse desierta, pero para mi asombro lo que encontré fue unos ojos azules y un mantelito blanco entre sus manos, frente a mi, erguida como una muralla impenetrable, pese a lo menudo que era su cuerpo. Fue casi como si me abofetearan en plena cara por haberme atrevido a mirar un funeral sin invitación previa. Se que mis ojos delataban una disculpa expresa, pero mi boca no hallaba palabras ni mi alma fuerza para emitir alguna. Finalmente, y haciendo gala de coraje y compostura, le di los buenos días como si no la hubiese visto antes y ella respondió de la misma manera. Pase a su lado, y de espalda a ella, pregunte por Ana Luisa, la cocinera, y por el estado de salud de su abuela, la cocinera me había comentado, en un encuentro fortuito en el mercado, que había estado algo delicada en los 3 días en que no pasé por allá. Respondió concretamente y desapareció por la puerta con el ave entre las manos, en el preciso instante en que me volví para disculparme por la intromisión.


¿Recuerdan las flores que les dije que llevaba ese día y que torpemente dejé caer ante la ventana al saberme descubierto? Cuando regresaba a mi casa las vi colocadas sobre un pequeño montículo de tierra que estaba bajo un cedro cercano a la casona, me supuse que era el ave que allí había sido enterrada, y pensé, como si hubiese hecho un favor extraordinario, que en algún momento me agradecería por ellas. Obviamente me quede esperando, nunca me dio las gracias.

sábado, 15 de noviembre de 2008

HISTORIA DE AZUL PROFUNDO (I parte)


Entraba la tenue luz de la luna por la rendija de la ventana, apenas dibujaba siluetas en medio de la oscuridad de la estancia vacía, solo sillones y mesas, jarrones llenos de flores plásticas con colores diluidos, cuadros de ostentosos marcos y aburridos rostros. Reconozco que sé lo que hay porque lo he visto todo ante la luz reveladora del sol, pero se preguntaran porqué hoy les hablo de un acontecimiento particular, y de paso en medio de la noche que había dejado asomar a la luna y las estrellas que estuvieron cubiertas por nubes de tormenta y gruesas gotas lluvia por horas.


En esos días, antes de la noche a la que hago alusión, de esos en que acostumbraba a desafiar las leyes tácitas de quienes vivían en esa casa, cabe aclarar que no era ni es mía, traje flores cultivadas a conciencia y con destreza por un jardinero de particular fama, de él ya les comentaré, porque ya las flores de plástico que en algún momento fueron rojas ahora eran casi blancas y les urgía cambio, aunque siempre las encontraba de nuevo en los mismos floreros y en la misma mesas del imponente y sobrio salón principal. Lo cierto es que iba a asomarme por la ventana a dar los buenos días como acostumbraba hacer al ir de visita cuando, casi por inercia detuve mi palabra en el borde de mis labios mientras las flores caían al suelo. La imagen no era apta para cardíacos y menos para menores; no, no, no… nada sexual si es lo que están creyendo, es más inocencia pura emanaba de ese rostro, pero me resultaba macabra la escena en su conjunto. Sobre el mantelito blanco de tejido francés un ave muerta yacía, mientras la nieta de la Doña de la casa le miraba con aquellos ojos azules profundos que me cortaban el aliento cuando los lanzaba en dirección a mis tímidos ojos pardos, situación que fue muy esporádica.


No era mujer completa, pero hacia días que había dejado de ser una niña, yo la miraba con cierta ansiedad que se denotaba en el sudor de mi frente cuando pasaba junto a mi cada domingo por la plaza del pueblo, único día por cierto que se le veía la cara a la gente de esa casa, cuando no las visitaba. Recuerdo que cuando aun jugaba con muñecas, y llevaba 2 trenzas doradas como el trigo maduro con cintas blancas en las puntas, ya mis hormonas empezaban a agitarse en mi cuerpo. Ya les es claro que no era un hombre completo, era lo que llaman un adulto joven por no decirme que aún no tenía definida mi personalidad pero aún así podía ir a la cárcel si cometía un crimen. Ella debe ser unos años menor que yo, pero aun la inocencia de su niñez la lleva en su cara, pero me daba curiosidad saber si aún la tenía en el alma o en la piel. Ella era chica cosmopolita, solo venia cuando el frío azotaba en París, son 9 meses en la ciudad para encerrarse casi tres en un pueblo al que no se podía llegar solo, a menos que te perdieras en el camino, y primero tendrías que cruzar el océano Atlántico desde donde ella vivía.


Lo cierto es que lo que une nuestras almas es un agradecimiento de varias generaciones y el hecho de que las tierras de su familia colindaban con las mías. Estábamos destinados a conocernos, pero lo que no hallo entendible es que no me mira como a su igual, sino como un campesino inculto e indigno de ser tratado por ella. Pero aclaremos algo, ni soy campesino, ni soy inculto y mucho menos indigno de su trato. Soy tan cosmopolita como mi género masculino me lo permite, también vivo en una gran ciudad, de tercer mundo pero ciudad y capital al fin. Culto soy, sé de todo en la medida de lo que mi cerebro me ha permitido, estudiado y graduadísimo en Leyes. ¿Digno? Pues como no sería digno si soy tan igual a ella, que lo que nos diferencia es el mundo en que vivimos, el idioma en que hablamos en esos mundos, los problemas citadinos (para ella son mas chic), la moneda, la política, la economía… ¡Oh Dios! Ya dudo en cuanto a todo eso de dignidad… Pero no todo es cuestión de medio sino de esencia.
A33
CONTINUARÁ

viernes, 14 de noviembre de 2008

El relámpago eras tú y el rayo era yo

“Rompió el silencio el estruendo del relámpago en la mitad de la noche que avanzaba calmada al amanecer, hirió el rayo candente la cúpula celeste casi negra que dormía entre las estrellas que vigilaban, abrí los ojos agitada y descubrí que el relámpago eras tú y el rayo era yo!”

Un comienzo


Siempre se ha escuchado decir que para lograr tus objetivos es indispensable decidirse a dar el primer paso, yo, particularmente, creo que lo que realmente es indispensable es tener la voluntad de dar los pasos restantes hasta el final. Creo que es hora de que yo me tome el consejo y empiece.


Desde hace días me estoy planteando que debo empezar a escribir mi blog, no solo por requerimiento académico, sino también por necesidad, la necesidad de evadir todo aquello que las tecnologías de punta nos han impuesto, vivir en un mundo globalizado donde se han perdido las capacidades más importantes del hombre: Pensar, disertar y comprender.


Quizás no cambiaré al mundo, quizás no seré un premio Nobel o una embajadora mundial, pero siento que puedo aportar algo de mí que quede para la posteridad. Quizás "el universo conspiró", como dice Paulo Coelho, para que vaya en pos de mi propia leyenda personal, desarrollarme a través de la palabra escrita, revelarme a través del párrafo que se escapa audaz de mis manos y evolucionar en cada sabia palabra que quizás brote de mi alma sin darme cuenta; pero es que solo, quizás, debo entender para que nací... quien sabe, quizás este sea solo el prólogo de mi primer libro, quizás sea el primer titulo de mi larga lista de obras maestras, ¿quién sabe?, no sé y como yo aún disto mucho de poseer la capacidad divina para ver el más allá, empezaré por abrir mi primer libro, y como la idea que viaja a la velocidad de la luz no se puede dejar escapar, ¿Por qué no aprovecharla hoy, tomarle la cola y dejarme arrastrar con ella hacia donde su deseo y su fuerza le deje llegar?... Y ¿por qué no lo hacemos todos, cada uno en la medida de nuestras capacidades?... Yo he decidido empezar hoy!