viernes, 6 de marzo de 2009

Trascendencia II parte...

Acabo de darme cuenta que hace rato que la hora del almuerzo pasó, quizás por eso deliro y me pierdo en mis recuerdos, para desafiar también a mi cuerpo y ver que tanta resistencia al hambre tiene antes de sucumbir por inanición. Definitivamente soy rara, y si no es así estoy empeñada en convertirme en algo semejante a un Yeti o a un E.T. ¡Ja, ja, ja! Suelo reírme de mi misma, aprendí a hacerlo poco después de que supe para que me servía la cara seria y el alma burlona.
La cara seria me servía para escuchar, con gravedad, las reprimendas de mi padre, que por lo general terminaban siendo colectivas para los tres últimos de sus hijos, aunque el menor nunca hacia nada que pudiese dar motivo a un reproche. También aprendí que me servía para hacerme la tonta pero la correcta, la callada pero sensata, la estoica pero digna mujercita de provincia, ideal para ser esposa de un incorrecto, insensato e indigno hombrecillo que nunca daría un centavo por algo más que por su habano importado y su whisky escoses de contrabando. Lo que no sabían es que el alma era la antítesis declarada del rostro por el que a través de sus ojos se divertía y se reía del mundo.

Recuerdo cuantas mofas le hice a mi padre en sus largas peroratas, cuantas veces le torcí los ojos con desdén y arrogancia a esos pueblerinos que creían que yo era su ángel caído del cielo para hacerlos felices. ¡Que egocentrismo más descarado! O sea, yo vine al mundo a hacer feliz a alguien, según ellos, e incluso según mi madre, y no para ser feliz porque me lo merezco. Me reí de la inocente convicción de los hombres maduros, viudos, que querían a esta tierna e ingenua criatura para darle calor y protección, palabras que ellos pensarían que yo aceptaba y correspondía. ¡Por Dios! Pero ¿quién quiere que le den calor en semejante desierto perdido en la nada con el sol ardiente como techo? Y ¿protección de qué o de quién pretendían ofrecerme? Sí aquí los únicos muertos se van con las epidemias, el hambre y la miseria. Es más, creo que es el único lugar donde, a pesar de haber muchos motivos, ninguno a osado ensangrentar sus manos con el rojo vital de su prójimo. O por lo menos nunca me enteré de algún acontecimiento de este tipo. En fin, después de reírme de todos, con mi rostro sin expresión alterada o deformada, incluso hasta del párroco me burle, aprendí a reírme de mi misma, de mis situaciones, de mis decepciones, de mis sueños absurdos y de mis ilusiones infantiles.
Aprendí a sobrellevar la carga que significaba mi vida solitaria a través de la risa, y reírme de mí era un ejercicio de ejecución obligatoria diaria, como lo eran las clases de piano y las labores de bordado. Y hablo de solitaria, porque como les referí antes, un hermano desertó, dos estaban casadas, uno se fue del pueblo y el otro se unió a la iglesia, a final de cuentas quedé solo yo para pagar las deudas de mis hermanos por haber dejado el nido. A medida que se le iban los hijos, mi madre se volvía mas débil y enfermiza; por su parte mi padre se le veía cada vez menos, pero bastaba con que yo hubiese tardado en sentarme a la mesa, o me hubiese ido de paseo sin avisar para que apareciera ante mi con toda su humanidad y el estruendo de su voz, para hacerme saber que no me veras mucho por aquí, pero aquí mando yo y mientras estés aquí haces lo que yo digo. Parece que a los padres les hubiesen dado un curso de frases que todos deben dominar. No hay padre que no las pronuncie, ni habrá madre que se salve de decirlas en algún momento; hasta yo, sí algún día me decido a hacerme cargo de alguien a parte de mi misma, me veo predestinada a repetirlas de igual forma, con la única diferencia de que las diré en una época que en vez de causar espanto causaran risa.

Entre los males que aquejaban a mi madre, las ausencias de mi padre, mi resistencia a aceptar que tenía un destino previsto y decidida a ser diferente, más de lo que ya había sido, empecé a escribir y a leer con avidez, los usaba como puertas detrás de los muros para escapar a tierras y mundos lejanos donde no pudiera alcanzarme mi realidad, los absorbía para ampliar mi mente y mi entendimiento, y darme cuenta que así como yo sentía y pensaba había todo un universo que se parecía a mi, pero que distaba a años luz de donde yo estaba.

Acaban de dar las 4, el reloj del recibidor, viejo y ya resignado a seguir como hasta ahora lo acaba de anunciar con sonidos de campanas, 4 bastaron para ubicarme otra vez en el presente, en el tiempo. Suelo tomar algo de té a esta hora, para sentirme muy europea, y lo acompaño con tostaditas de maíz dulce, para no olvidarme que soy americana y latinoamericana, que nunca he conocido Europa y que le tengo pánico a los barcos porque se hunden, por lo tanto tampoco tengo esperanzas de conocer Europa. ¡Ja, ja, ja! ¿Ven qué fácil me resulta reírme de mí y de mis rarezas y mañas? Así que sí pueden esperarme un momento continuaré contándoles mi historia. Y me detengo porque para mí el té de las 4 es un ritual necesario para drenar tensiones y poder seguir adelante hasta bien entrada la madrugada. ¿No les había dicho que soy noctámbula de profesión y bella durmiente de vocación? ¡Ja, ja, ja!

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