martes, 3 de marzo de 2009

Trascendencia I parte...

Bajé la caja que estaba al final del closet, la que tanta curiosidad me causaba desde hace años. Está llena de polvo. La habitación se encuentra inundada de luz pese que acabo de llegar de un entierro muy triste y solitario. Esta casa inmensa y antiquísima nos corresponde a mí y a mis hermanos por herencia. Sin embargo, a mis hermanos no les interesa para nada esta casa perdida en la nada, tan alejada de la civilización, tan apartada de las comodidades de estos días. Pero no pienso dejar que sea olvidada. Tengo entendido que muchas generaciones han vivido aquí. Y que aquí habitan muchos recuerdos y muchas historias que se han conjugado hasta dar forma e identidad a quien soy. Aquí tendré tiempo para dedicarme a escribir y a leer. Necesito despejar la mente.

Soplo el polvo y me gusta como se ve con la luz del día, dándoles de lleno. La caja está endeble, deben ser los años. Parece una cápsula del tiempo. Hay una foto. Es una pareja de recién casados. Creo que son mis bisabuelos. ¡Que apuesto era él! ¡Que elegancia tiene ella! Ya sé de quien heredé tan buenos genes. Hay muchas hojas escritas con una letra diminuta pero muy fina. Tiene rasgos bastantes particulares que me hacen recordar mi propia letra. Hay una libreta de cuero bastante viejo, aún esta intacto lo de adentro, tiene la misma letra de las hojas. Afuera de la libreta hay un nombre timbrado en dorado que cuesta entender. El nombre termina en ana… creo que es… ¡Luisana! Que coincidencia yo me llamo así. Seguro que es uno de esos hábitos de mantener ciertos nombres por generaciones en una familia. En el fondo hay varios sobres atados, están bastante amarillos y tienen un olor particular que no logro identificar. Veamos, ¿Dónde está la libreta?

Creí que hoy todo sería diferente, que algún cambio delataría mi deseo de cambiar un rumbo que parece destinado a ser solo para mí. Lamentablemente hoy tampoco ha habido cambio que favoreciera mis posibilidades de desafiar de forma más explícita y directa a quienes me retan día a día con sus insolencias y sus imposiciones. Tampoco hay luz verde para reprender las mordaces alusiones que el descaro del mundo hace en cuanto a quien soy. En definitiva, ¡no hay algo que diferencie el día de ayer y el de hoy! Por tanto he de empezar a describirme a mi misma y a mi mundo, quizás ahí esté la razón o la rendija que me dejará escapar al otro lado de lo que veo y deseo pero que no alcanzo.

Quizás mis limitaciones viene dadas por esa infame moralidad que se empeñaron en inculcarme, o peor aún, en las cosas contrarias a ellas que yo me empeñé en aprender y perfeccionar. Creo necesario aclarar que no soy una víctima de las condiciones sociales ni resultado inevitable de una familia disfuncional o de una sociedad en decadencia. Soy simplemente lo que me ayudaron a decidir que fuera, por desgracia o por fortuna, fui yo quien decidió tomar un camino. Esa moralidad a la que me refería, es la cartilla del buen comportamiento y al empleo sensato de los valores y de las normas sociales. Una señorita de bien no hace, no cree, no habla y no piensa. Pues bien yo me dediqué a hacer, a creer y sobre todo, lo peor para ellos, a hablar y a pensar.

No había queja sobre lo intachable de mi conducta como estudiante, por tanto supe aprovecharme de mi punto a favor para tapar el sol con un dedo mientras me fuera posible. Evidentemente, no había nada de reto en lo escaso que me enseñaron en la escuela así que no me causó problema, pero me topé con el alma rebelde que vivía en mi, y estoy casi segura que era un alma de hombre, que se rebatía con fuerza dentro de la delicada y perfumada piel de una niña pre-púber, quien también luchaba por dar el gran salto a la adolescencia. Creía yo en aquel entonces que esa era la oportunidad de oro para dejar de aparentar en muchas ocasiones lo que no era.
Volviendo a los benditos valores, a la educación tan acartonada para mi gusto, debo, por obligación dar mérito a quien lo merece, y es que definitivamente mi madre podría estar entre las mejores del mundo, se sabía todo lo que debe considerarse para vivir acorde a la sociedad: el atuendo perfecto, la postura correcta, la sonrisa ideal, el comedimiento necesario, el tono de voz apto. Todo como debía ser. Pero para frustración de mi madre nunca logró vivir su esencia de mujer. ¡Pobre mi madre! Vivió tantos años tras la careta de la perfecta imagen de señora correcta que creo que olvidó como realmente era su rostro antes de tener conciencia. Y para mayor desgracia yo nací de su vientre para convertirme en su hija y en su cruz.

Yo, educada en todas las artes imprescindibles en la vida de una mujer: Tejer, bordar, cocinar, lavar, servir la mesa, callar cuando los hombres hablan, asentir cuando el marido decide, y bajar la cabeza cuando el sostén de su casa y de su familia vocifera. Por supuesto que no pude escapar de una educación religiosa, llena de castidad y de pureza, de temores y faltas de respuestas, tan llena de feligreses la iglesia como llenas de pecados sus almas. Y es aquí donde empezó uno de mis problemas con la sociedad, y no quiero que se me tilde de inadaptada social, pero me di cuenta como las damas de bien fervorosamente elevaban sus oraciones al Dios Todopoderoso, a la Virgen y a cuanto santo se les atravesara, y en el mismo tiempo que empleaban para levantarse, ajustar las mantillas sobre los hombros y salir, casi inmediatamente, debían regresar porque la inmundicia del mundo las obligaba a pecar aún en contra de su voluntad. ¡Haberse visto mayor descaro para justificar sus flaquezas e hipócritas conductas! Por supuesto, era comprensible ante los ojos de Dios porque son humanos. Mayor barbaridad no he escuchado desde entonces en otra parte, cuando el cura de la parroquia en uno de sus extenuantes sermones domingueros dio semejante excusa por el hecho de que en esa semana había tenido que llevar a cabo más confesiones de lo normal.

Y hablando de confesiones, debo confesar, que lo he hecho 3 veces y por exclusiva obligación, y cuando me refiero a ellas se limitan a las que he realizado con un ser tan igual a mi, quizás más pecador, pero ser humano al fin. No pretendo crear un rictus de espanto en sus rostros y mucho menos permitirles que dejen escapar de sus santas bocas y mentes latigazos en contra de mi condición religiosa. Antes déjenme decirles que religiosa como yo, quizás pocas: Hablo con Dios todos los días y me confieso ante Él, algo que por cierto me parece extraño ya que para qué contarle algo que Él ya sabe, entonces cambiemos la connotación y hablemos de reconocer mis “pecados”, que nunca han pasado de una crítica mental, pero igual de punzante sí se convirtiera en palabra, el homicidio no intencionado de algún insecto que pasó ante mi inadvertido, y quizás el peor, no honrar a mi padre y a mi madre como se supone ellos quisieron que yo lo hiciese. Por todo lo demás me he limitado a seguir ciertas normas bíblicas conforme a mis convicciones.

Pues así con una educación religiosa tradicional, con una preparación para asumir mis retos como mujer de hogar tradicional, con una educación académica típica para una mujer con un futuro escrito y tradicional, decidí dejar de ser tradicional y desafiar en cuanta ocasión tenía a todo aquello que me representaba lo tradicionalmente idiota de la mente humana, sobre todo machista y de carácter conformista, y así fue como la hija de mis entrañas y la luz de mis ojos se convirtió en qué habré hecho para merecer esto y Dios mío cómo lo permitiste. A veces me da risa al recordar esas palabras tan de mi madre, y al mismo tiempo siento una pena ajena en su agonía materna, es algo así como cuando subes a una montaña, con la emoción del riesgo y aún así no puedes controlar el temblor de las manos por el miedo a las alturas. Mi madre fue tan mamá, tan abnegada, tan cuidadosa de nosotros que se extralimitaba en la sobreprotección, quizás de ahí que no solo yo me convirtiese en una cruz para ella, sino que a mi se unieron 2 hermanos que también aportaron su grano de arena a los vaporones del amor materno, que si traigan las sales, que dónde está el alcohol, que ustedes van a terminar con la vida de su madre que casi también se muere cuando los trajo al mundo… y así un discurso que se repetía de forma bastante regular aunque el causante del disgusto y de los soponcios no fuese el mismo del anterior.

Quiero hacer alusión de mis hermanos, para que después me expliquen porqué yo soy la daga al costado y la serpiente que mordió la mano de quien le dio de comer. Para que mi historia no termine siendo la de ellos seré bastante directa y me limitaré con los detalles. Para empezar debo decirles que somos 6 hermanos, yo la quinta, por lo cual llegaron a asegurar que era falso el viejo refrán de que “no hay quinto malo”, ¡que si lo había y que de paso era quinta!
Pues bien el mayor de mis hermanos recién cumplida la mayoría de edad, decidió unirse a la milicia, visitó a la familia como el buen hijo que retorna de la digna labor a la patria de forma consecutiva por 5 años, luego nadie supo de él por un tiempo, hasta que un allegado de nuestro padre (por cierto aún no les hablo de él, ya llegará su momento), le dijo que su hijo había desertado y que le buscaban para llevarlo ante el tribunal militar, de porqué desertó y porqué querían enjuiciarlo no supe, lo que sí tengo bien claro es que fue un duro golpe para mis padres, tanto así que endureció el carácter de papá e hizo más recurrentes los males de mamá. Lo cierto es que nunca más se le vio la cara al respetadísimo ejemplo de patriotismo, aunque se supo que salió del país y que se halla en algún lugar del cual no tengo ni la más remota idea de donde queda.

Las 2 hijas que nacieron después, y con muy poca diferencia de edad entre ellas, son fieles copias de mi madre. Abnegadas, madres de familias que se sintieron conejos en su edad fértil, ya que de cada una 8 muchachos vieron la luz del mundo. Ellas eran la dicha y el orgullo de la estirpe familiar, aunque a mi padre le pesaba que ninguno de sus nietos tuviera el apellido de él como debía ser. Lamentable por mi padre, porque sí mi hermano mayor tuvo o no hijos seguramente no llevarían su apellido, ya que debido al “problemita” de deserción seguramente le habría tocado cambiarse hasta el nombre. Y lo más lamentable es que a pesar de que la pareja compuesta por mis padres trajo al mundo 2 varones más, estos tampoco tuvieron descendencia que le reconfortara el alma y el ego a mi padre, y tengo la certeza de que ese pesar y ese fracaso lo acompañaron hasta la tumba.

Después vino el cuarto hijo, otro varón, físicamente parecido a su progenitor, pero con una picardía y un carácter templado para hacerse con lo que quisiera. Ya daba luces desde su tierna infancia de lo que iba a ser, ya se perfilaba en sus ojitos el granujilla que estaba creciendo en su interior. Y así fue como un día la olla se destapó y salpicó a toda la familia, y a media ciudad. Resulto ser un joven encantador, divertido, bastante entendido en las cosas políticas y sociales, casi se podía decir que este era quien reemplazaría a mi padre en nuestra particular familia real, que de real no tiene mucho y que tuvo que darse de frente con la realidad. Empezó a codearse con gente bien acomodada, le sobraban invitaciones a fiestas y bailes de las más importantes familias de la comarca, ya se hablaba de posibles enlaces matrimoniales con tal o cual señorita bien que es hija de y nieta de… lo cierto es que ni hubo matrimonios, menos hijos pero si mucho de que hablar. Resultó que mi estimado hermano, aprovechándose de sus condiciones y de sus aptitudes atravesó la línea que separa a una señora de ser su suegra a ser su amante. Este asuntito en particular también me causa cierta gracia, por lo irónico y paradójico. Pues resulta que este joven Don Juan, que hacia visitas a las posibles candidatas para ser su esposa se divertía de lo lindo con las madres de estas, y estas señoras me imagino que al día siguiente de su fiestecita particular irían derechito a la iglesia a darse golpes de pecho. Y ahora que recuerdo mejor, aquel comentario que hizo el cura y que me pareció el colmo, fue precisamente cuando se revolvió la paz local. Entonces mi hermano fue quien le dio trabajo al cura con sus confesiones de más. Lo cierto es que se descubrió que mi hermano era el amante de más de una señora, esposa del distinguidísimo señor, representante de tal o cual organización o asociación. En fin le tocó largarse a toda carrera porque pretendían lincharlo. Ahora analizando la situación, ¿A dónde estarían los maridos cuando a estas señoras les daba por rejuvenecerse con la juventud de mi hermano? O peor aún, ¿Cómo era posible que esas mujeres que se las daban de respetables, distinguidas y correctas se dejaran llevar por los más viles vicios de la carne y del diablo? Ojo, no creo en el diablo con cachos y pezuñas, pero de que todo en esta vida se paga y hay un castigador que cobra cuanta factura pendiente hay, en eso sí creo, y si usted o cualquiera le quiere llamar diablo lo dejo a su libre albedrio.

De esta manera ocurría que otro hijo se veía forzado a renunciar al amparo del techo familiar y perderse en algún punto del planeta donde nunca sabríamos de su vida. Lo que se supo con el tiempo es que le tocó salir corriendo de más de una ciudad por la misma situación, hasta que un día le perdimos la pista y más nunca se supo de el.

Ya saben que después del pichón de Don Juan, vine yo, y como soy el eje central de todo esto, dejaré para luego lo que corresponde a mi vida. Eso sí, deben saber que tanto mi hermano menor como yo llegamos al mundo sin ser esperados, cuando ya mis hermanas criaban, y mi hermano el militar se había dado a la fuga. Después de mi nacimiento y 2 años exactamente después nace mi hermano menor, que por razones de esas cosas que solo Dios sabe nació el mismo día de mi cumpleaños. Quizás lo más cercano a lo verdadero, a lo cálido y a lo santo que he conocido en toda mi vida fue él. Y en cuanto cumplió los 15 años se unió a una orden religiosa con la intención de ser cura y limpiar así el nombre familiar que había sido mancillado por cada uno de los hijos varones de mi padre. Él nunca reconoció que yo también, y a mi manera muy particular, era otra oveja negra.

De él pocas cosas he sabido en los últimos años, no vive en el país, es una personalidad muy reconocida, importante e influyente en el medio religioso pese a su juventud, cosa rara en los círculos tan cerrados y herméticos de la iglesia. Quizás este hermano mío también tuvo la fortuna de heredar ese gen encantador de la familia que nos ha permitido en más de una ocasión lograr provecho de una situación o de una persona específica. A veces he pensado que quizás llegue a ser Papa o algo similar, espero que cuando llegue a donde deba ruegue por la salvación de mi alma. Aunque no creo que la salvación de mi alma dependa de sus oraciones o su cercanía con el todopoderoso celestial, creo en cambio que Él me esta dando la oportunidad que alcance esa salvación a través de mi misma.

Pues a modo grosso tienen una idea de quien fue mi madre y de su influencia sobre mi, que a pesar de lo bien intencionada a resultado nefasta en mi opinión muy particular, y quienes fueron esos seres que salidos del mismo vientre y del mismo cruce genético, y que aparte del apellido y de nuestro encanto y poder de manipulación, no hay nada que nos una, demasiadas diferencias en gente tan diferente. ¡Claro diferentes a mí!
CONTINUARÁ...

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